Introducción
¿Qué se puede decir sobre la zona de Costanera Sur? Su historia, sus costumbres, las actividades que alberga, su radical metamorfosis durante todo el siglo XX, su significado social, su ubicación geográfica, su extensa amplitud, su imponente fachada, su inmensa cantidad de visitantes. Empecemos por ubicarla geográficamente: la zona de Costanera Sur se encuentra detrás de los 4 diques de Puerto Madero. Abarca la Avenida Costanera Carlos M. Noel y la Avenida Achaval Rodríguez entre las dársenas norte y sur, dando lugar a la ya asentada reserva ecológica que tiene como límite este al Río de la Plata.
La historia
En sus comienzos la Costanera Sur difería mucho estéticamente de lo que podemos observar en la actualidad. Los orígenes de la zona se remontan a principios del siglo XX donde lo único que se podía encontrar cruzando la Avenida Costanera era el Río de la Plata. En el año 1918, sobre las orillas de este, era declarado el Balneario Municipal. Esto atrajo a un aluvión de porteños a la zona. Así, el espectáculo fue creciendo: poco a poco se fueron instalando en los alrededores bares, ferias, espectáculos musicales y comercios realimentando la cantidad de visitantes. Estos, prolijamente vestidos con sus mallas enterizas y sus toallas, disfrutaban entonces de este paseo tanto de día como de noche. Otro atractivo turístico era (y es) evidentemente la famosa Fuente de las Nereidas, obra que la artista Tucumana Lola Mora ofreció a la ciudad de Buenos Aires en 1903 (aunque los vecinos de Costanera Sur tuvieron que esperar hasta 1918 para poder disfrutar de la fuente). Así, para principios de siglo XX el paseo representaba una llamativa atracción turística ambientada con un estilo Art Decó en donde el Río, escoltado por las farolas de bronce, ramblas y pérgolas, y los espectáculos callejeros daban una hermosa bienvenida a los visitantes.
Hacia fines de los años ´50 la zona fue perdiendo su encanto. La causa principal de esto era la continua contaminación del Río de la Plata producida por la incipiente industria nacional. Con la paulatina prohibición del ingreso a las aguas y el deterioro de los comercios se produjo un fuerte descenso de la cantidad de visitantes hasta que en la década del ´70 la situación tomó otro rumbo: varios proyectos que tenían como fin ganar tierras al Río de la Plata comenzaron a llevarse a cabo. Utilizando terraplenes como límites cercaron la zona y una vez extraída el agua se fue rellenando el lugar con sedimento obtenido del dragado del Río. A fin de cuentas el proyecto no perduró y perdió continuidad aunque fue suspendido definitivamente recién en 1984.
Ya para fines de la década del ´70 había comenzado algo no previsto por los planificadores encargados de la obra. Las condiciones particulares del suelo, junto con la cercanía del río, crearon un excelente ambiente para el florecimiento natural de la zona: espontáneamente comenzaron a surgir diversas comunidades vegetales gracias a semillas presentes en el sedimento y también las transportadas por el viento. Así, poblaciones de animales encontraron refugio y alimento que, junto con la aparición de lagunas y pastizales, fueron ganando territorio. Esta incipiente diversidad biológica generó la atracción tanto de amantes de la naturaleza y curiosos, que comenzaron a visitar la zona regularmente, como de distintas organizaciones defensoras del medio ambiente.
En 1986 se declara oficialmente al lugar Parque Natural y zona de Reserva Ecológica. A partir de entonces, obtenida la protección del área, la naturaleza dio sus frutos: en la actualidad existen aproximadamente 220 especies vegetales y 230 de animales que colonizaron la región. La Cortadera es una de las especies que predomina en la flora de la reserva junto con la gran proliferación del Ceibo, entre otras. Además, existen grandes bosques de Aliso y Sauce que sumados a los banco de juncos proporcionan un excelente marco a las lagunas y bañados del interior de las reserva. Dentro de la heterogénea fauna encontramos como mayor exponente al cisne de cuello negro acompañado de 9 especies de anfibios, 23 de reptiles, 10 de mamíferos y 50 de mariposas entre otras.
El Viaje
Sábado 9 de Agosto de 2008, son las 16 y 12 minutos. Me encuentro en el subte de la línea A dirigiéndome a Plaza de Mayo, hecho que me resulta por demás extraño a no tratarse de una jornada laboral más. Día despejado, frío, pero con poco viento, ideal para caminar al aire libre. Estoy ansioso por llegar, hace varias semanas que no escribo.
Luego de haber investigado sobre la zona a la cual me dirijo tengo un profundo sentimiento de intriga al no saber con que me voy a encontrar. Mi único contacto (o mejor dicho recuerdo) con la zona de Costanera Sur fue una excursión que realicé a la reserva cuando atravesaba mi educación primaria allá por la década de los ´90. Gran impresión me causó enterarme que en algún momento del siglo XX había funcionado un balneario a apenas 10 cuadras de la Casa Rosada. Debo admitir que me da un poco de vergüenza haber descubierto que la famosa zona de Costanera Sur y su minúscula reserva ecológica se ubicaba a pocas cuadras de Plaza de Mayo (zona que transito diariamente) y no haberme preguntado nunca que había detrás del barrio de Puerto Madero.
Con las calles desoladas...
Al bajarme del subte con otras 5 personas (3 nacionales, 2 extranjeras) me encuentro con una plaza donde policías y manifestantes brillaban por su ausencia. Tomo la avenida Paseo Colón con una vereda completamente para mi solo hasta llegar a la Avenida Belgrano, me detuve, eché una mirada al mapa y, como Mesías, me abrí paso entre gigantes.
A partir de aquí mis instintos se apoderaron de mi mente. Luego de cruzar Puerto Madero escoltado por la Universidad Católica Argentina junto a otros despreocupados llegué a los diques y observé a 100 metros un colapsado Puente de la Mujer, atracción turística (argentina), que decidí evitar y seguir paso. Como desembarcando en una isla desierta me adentré en este extraño y nuevo mundo: aislado por el cinturón de agua dulce encontré un barrio estéticamente ajeno...
La importancia de re-significar las cosas.
Los edificios, los bares, el idioma, la calzada, las expresiones, las charlas, todo hacía despertar en mi un sentimiento de extrañeza que desterró por completo mis dudas de haber estado allí antes. Comencé a creer que no era el único que no había visitado nunca este sector de la capital, tan cercano geográficamente como lejano. Fue en ese instante donde luego de calificar ingenuamente a 2 chicas de habla portuguesa como extranjeras me di cuenta que, paradójicamente, el extranjero en ese lugar era yo.
Esta travesía me hizo inferir que al llegar a la costanera encontraría un ecosistema similar, sin embargo, para mi sorpresa, no fue del todo así. No solo cambió bruscamente la densidad de personas sino que empecé a percibir rasgos un poco más familiares. Antes de describir el lugar quisiera hacer hincapié en el profundo impacto que me produjo toparme de frente con la reserva. Es increíble lo tajante que es el cambio de ambiente, pasar de una zona ostentosamente urbanizada a una inmensa planicie en donde, salvo excepciones, la naturaleza reina sobre el hombre, en fin. El paseo estaba poblado de puestos de comida rápida (entiéndase chori, paty, bondiola, entre otras delicias). Mucho mate, mucha familia, mucho joven. Me senté unos minutos a apreciar el paisaje silvestre y a recuperarme del tumultuoso viaje. Lamentablemente el lugar estaba bastante descuidado, una extensa masa de barro, yuyo seco y basura se hacía notar antes de las primeras arboledas. Sin ningún obstáculo podía penetrar la supuesta área protegida.
Nota: Un hombre habla por celular despreocupadamente sobre la planicie a 50 metros de la avenida costanera con la ciudad de trasfondo, imagen que, con un poco de reflexión seudo filosófica, puede provocar grandes debates.
Luego de contemplar el paisaje y no dejar de asombrarme por pensar en como fue posible que haya existido un balneario en ese lugar, en lo impresionante que debe haber sido dicha transformación; decidí recorrer el paseo con dirección sur. Observando todo a mi alcance caminaba atento y parando oreja. Por raro que parezca, por momentos me detenía a pensar en que parecía que las personas en el lugar se olvidaban completamente (o disimulaban bastante bien) de la presencia de la reserva, es decir, (nunca más oportuno) la naturalizaban, como si fuera cosa de todos los días estar en pleno contacto con la naturaleza. Sin ser ecologista ni mucho menos me chocaba la poca atención que los visitantes le prestaban al lugar. Para dar un ejemplo, estando caminando entre los puestos apareció de repente en uno de los barandales el ave más raro que vi en mi vida: era de un tamaño importante, como un aguilucho, tenía el cuerpo amarillento con el lomo con manchas de tonos de grises, una cabeza puntiaguda con cresta y la cola alargada que se abría como un abanico. Todo esto a un metro de distancia. Evidentemente el ave se hacía menos problema por la situación que yo, pero lo que si me extraño fue la completa indiferencia de las personas que estaban allí, como si se tratara de un perro!!! En fin.
Pasado el confuso y atractivo episodio seguí mi rumbo hasta que me tope con “La Fuente de Lola Mora”, como le dicen los vecinos de la zona. Esta maravillosa escultura se encuentra ubicada en una ampliación de la vereda justo después del Acceso Brasil de la reserva. Su forma circular de aproximadamente 7 metros de diámetro y 4 en su punto más alto genera un fuerte impacto visual. Esta obra, cuyo primer destino fue Plaza de Mayo, fue fuertemente criticada por sus desnudos, cosa que para esa época era bastante novedoso. Sería bastante interesante realizar una comparación con la programación televisiva de hoy día, pero no es asunto que nos compete en este momento. Con un tango como música de fondo (gracias a la interpretación que realizaba un artista callejero) fui recorriendo la fuente en toda su circunferencia y pude apreciar el minucioso trabajo de la escultora tucumana. Me llamó la atención el grado de detalle en las figuras humanas, las venas, los músculos, las manos, las expresiones; daban una impresión real, de movimiento, de tensión. De pronto una escena llamó mi atención: un hombre (que luego de analizarlo detenidamente inferí que estaba pasado de copas) intentaba bailar al ritmo del 2 por 4 acompañado por su colega, no mucho menos sobrio que él. La imagen llegó forzosamente a ser hasta agradable ya que los niños, juntos con sus padres y abuelos, se reían ingenuamente del episodio, pero el pico de rainting ocurrió cuando uno de los bailarines dejo al aire medio trasero en frente de la docena de familias que disfrutaban del show. Tras molestar un largo rato al cantautor y reposarse en el piso boca abajo el exhibicionista fue rescatado por dos “amigos” que lo trasladaron a un sector un poco menos público para evitar el accionar de los policías del lugar.
Mi próxima meta (aunque el horario me jugaba en contra y con un jugador de más) fue ingresar al interior de la ya famosa reserva. Me dirigí hacia el Acceso Brasil. Cercado con alambrado y con una cabina de seguridad en la entrada 2 personas del lugar seguían mi paso con la vista. En el interior se encontraban unas especies de cabañas como atracción turística en donde se podían conseguir tanto recuerdos de la reserva como informarse de las actividades previstas del lugar. Las personas, en familia, solas, en bici o a pie, de habla castellana o extranjera circulaban libremente por los senderos internos. Yo, ingenuamente, intenté seguir paso por uno de ellos pero muy cordialmente uno de los guardas me comentó: “Mira que estamos cerrando”.
Al salir del lugar observé atentamente todo a mi alrededor como dando un último adiós y emprendí mi viaje de regreso. Para ese entonces la cumbia ya le había ganado terreno al tango, pero aún así nuestro particular bailarín seguía dando cátedra. Las familias, reunidas en grupos, se dirigían hacia sus transportes amontonadas con bolsos e hijos. Los vendedores sacaban de las parrillas los últimos restos de carne mientras plegaban su lugar de trabajo. Así y todo, el bíosistema se desarmaba ordenadamente para darle la bienvenida a la tranquilidad de la noche y devolverle, salvo alguna que otra actividad nocturna, las riendas del lugar a la naturaleza.
Algunas Reflexiones
La razón atenúa al pensamiento.
Hoy día la Costanera Sur resulta una zona increíblemente atractiva no solo debido a la gran cantidad de actividades que se desarrollan tanto en su interior como en sus aledaños sino también por el fuerte contraste que genera la ubicación de una reserva ecológica de estas magnitudes a solo metros del centro de la ciudad de Buenos Aires, es decir, es realmente extraordinario que haya emergido espontáneamente una zona de tal diversidad ecológica en una región tan desbordada de hormigón y cemento. Aunque la mayoría de las personas no lo recuerde, formamos, al fin y al cabo, parte de la naturaleza. Andamos de aquí para allá sin preguntarnos si quiera por nuestro pasado y nos conformamos siempre con la convicción de algunos lugares comunes que repetimos como telemarketers aficionados. En fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario